Tania Campos Canseco

En marzo de 2015 tuve la oportunidad de regresar a la laguna de los 7 colores, mejor conocida como “Bacalar”, había estado ahí antes, solo por trabajo unas cuantas horas, pero no había podido disfrutarla.

Todo empezó como un roadtrip desde Cancún, como sabrán mis queridos lectores mi familia vive allá, y de vez en cuando ese paradisiaco lugar, se vuelve el punto de partida para descubrir más maravillas del sureste del país.

Rentamos un automóvil y agarramos carretera, nos separaban unas 4 o 5 horas de Bacalar, y yo sabía que en el camino nos encontraríamos con una zona arqueológica poco frecuentada: “Chacchoben” cuyo significado en maya es maíz colorado.

Esta zona arqueológica tiene un gran número de edificios y abarca aproximadamente 70 hectáreas, según nos contó el guía, está establecido cerca de lagos o cuerpos de agua que no son subterráneos como en el resto de la península de Yucatán. Sus pirámides son imponentes, altísimas, algunas con las esquinas redondeadas, cosa que hasta la fecha no me explico bien cómo lograban.

Obviamente, al estar a mitad de la selva, surgen historias casi fantásticas de encuentros con animales salvajes, se sabe que es una zona poblada por jaguares, guacamayas, pericos, tapires, coatíes y algunos felinos de menor tamaño como gatos monteses, también con suerte pueden encontrarse faisanes, venados, urogallos, pero en ese viaje parecía que la naturaleza estaba completamente en paz con nosotros.

Recorrimos los edificios principales con el guía, nos fue explicando la historia, cómo esa zona estuvo poblada y despoblada en varias épocas desde el 300 DC hasta aproximadamente el 1400 DC, su ubicación geográfica le permitió tener un estilo arquitectónico único, uniendo las características del Petén (Guatemalteco) con el Río Bec (Beliceño), esto nos señala que posiblemente fuera una ciudad muy importante en su época de mayor apogeo, hacia el 700  DC.

Cuando el guía terminó de darnos el recorrido, decidimos seguir haciendo fotos por nuestra cuenta, y recorriendo las estructuras de mayor tamaño, aquí aún te puedes subir a algunos edificios, lo cual ya no es posible hacer en otros lados como Chichén Itzá.

Íbamos ya en el sendero de salida de la zona arqueológica, cuando de pronto empezamos a ver cómo unos árboles que estaban a nuestra izquierda se movían, pero como si estuvieran caminando hacia nosotros.

Nos vimos a los ojos, preguntándonos si lo que veíamos era real, pues no dejaban de moverse, nos dio un poco de susto, contuvimos la respiración y no dejábamos de verlos, parecía que nos habían clavado los pies en el suelo y éramos incapaces de abstraernos del “hechizo de los árboles caminantes”.

Poco después salimos de la zona arqueológica y pusimos rumbo a Bacalar, con su fuerte y su laguna nos esperaban para liberarnos del susto. El hostal en el que nos quedamos parecía mágico, le hacía honor a su nombre, estaba a orillas de la laguna, y nuestra cabaña estaba en planta alta, tenía una buena vista hacia el agua, y además un gran mosquitero para proteger la cama de los molestos mosquitos, que como es de suponerse al estar en plena selva, había un montón.

Nos quitamos la ropa de la carretera, nos pusimos los trajes de baño y disfrutamos un agradable chapuzón en la laguna de agua tibia y transparente que nos hizo entrar en un profundo estado de relajación, y además después de un rato de estar nadando, nos abrió también el apetito.

Mi primer impulso (tecnológica que soy) fue buscar reseñas de restaurantes en Bacalar para cenar algo sabroso, así fue como dimos con Bertilla’s Pizza & Pasta y cenamos delicioso, la familia que atiende el restaurante es italiana, se notaba por como hablan: volumen alto, utilizando mucho las manos para enfatizar sus palabras y por supuesto, en italiano. La pizza y la pasta que cenamos estuvieron de lujo, pero no alcanzamos a terminarnos la pizza, así que la pedimos para llevar.

Llegamos por la noche a la cabaña ya con el cansancio del día a cuestas, no tardamos casi nada en sumergirnos en los brazos de Morfeo. De pronto, en la madrugada escuchamos un ruido en la cabaña, pensábamos que era el viento, no hicimos mucho caso.

A la mañana siguiente, nos dimos cuenta de que algo o alguien se había robado un pedazo de pizza, en ese momento Mónica me preguntó si me había levantado en la noche a comer, y le dije que no, y nos quedamos un poco en shock, dos sustos en un mismo día era too much.

Como el hostal incluía el desayuno, bajamos al restaurante donde nos sirvieron unos huevos revueltos con chaya, y jugo de naranja recién exprimido, estando ahí le contamos a nuestros vecinos de mesa lo que había sucedido tanto en Chacchoben como en la cabaña.

Primero nos dijeron que lo de la cabaña pudo ser un Alux (duende maya) que se le antojó la pizza y fue por una rebanada, otros dijeron que había sido un coatí o algún otro animalito trepador, y en cuanto a los árboles caminantes de Chacchoben, nos contaron otros turistas que habían pasado por ahí, que vieron exactamente lo mismo que nosotros, pero sí se quedaron a descubrir el misterio, resulta que era una familia de Monos Araña que pasaban saltando entre las copas de los árboles los que daban la impresión de que éstos caminaran.

Así que la naturaleza no estaba tan “en paz” con nosotros, solo, no nos quiso asustar tanto desde que llegamos, pero eso no nos ha quitado las ganas de seguir compartiendo historias con ustedes, así que nos leemos en la próxima columna viajeros.

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