Tania Campos Canseco

Llegó el día de mi partida de Madrid hacia Barcelona, tomé un tren de la estación de Atocha con rumbo a Sants (la estación de trenes más importante de Barcelona), nunca antes había viajado en tren, fue en sí misma una experiencia memorable, ahora que lo pienso, en una parte del trayecto no sé bien si fue imaginación o ensoñación, me pareció ver un castillo entre nubes en la cumbre de una montaña, creo recordar que fue en las inmediaciones de Guadalajara, pero no estoy segura.

Algunas horas después (en ese entonces los trenes de Alta Velocidad aún no estaban disponibles y el trayecto duraba 5 horas) pude avistar por fin el mar, esto cerca de Tarragona, a poquísimo tiempo de mirar Barcelona por primera vez. Debo decir que me emocionó ver el Mediterráneo, de pronto tuve la sensación de “estar en casa” y es que habiendo nacido en Tampico ciudad con playa y después vivir en Cancún otra ciudad con playa, el mar me volvía a centrar y me transmitía paz.

Es increíble como aún estando a tantos miles de kilómetros de casa el hecho de ver el mar era como un arrullo para mi alma y para mi corazón y ese sosiego me permitió enfrentarme a la nueva aventura de buscar universidad en Barcelona.

Recorrí varias universidades, en ninguna encontraba algún programa que me apeteciera estudiar, de pronto me puse a pensar en qué otras universidades habría por ahí. Ninguna estaba ya cerca de la rambla… que por cierto La Rambla es otra cosa.

No sé si tú que me lees has estado en Barcelona o no, pero para mi uno de los lugares emblemáticos es ese paseo que va de la Plaça Catalunya hasta el mar, y eses paseo se llama La Rambla, en ese ancho camellón puedes encontrar desde puestos de periódicos, venta de flores, estaciones del metro, aparcaderos para bicicletas, mucha gente, y lo que más llamó mi atención en un primer momento al estar ahí fueron sin duda las “estatuas vivientes”.

Una vez recorrida la rambla y habiendo llegado a la estatua de Cristóbal Colón, lo que tienes ante tus ojos es el hermoso mar Mediterráneo, el paseo Marítimo lleno de embarcaciones a cuál más lujosa o más hermosa, docenas de gaviotas que vuelan a tu alrededor y por supuesto, también si te asomas con paciencia al agua, puedes ver varios peces nadando felices por ahí, eso sí, escapando de las gaviotas comelonas.

Recuerdo una tarde caminando a un costado del paseo marítimo me encontré con un musulmán que con su tapete en el piso estaba haciendo sus oraciones de la noche, pensé de pronto que ese lugar que acogía gente de tantos lugares sería un buen lugar para pasar un buen tiempo, aún que no encontrara donde estudiar.

Pero por fortuna, a las afueras de la ciudad me encontré en Cerdanyola del Vallés con el campus de la Universitat Autónoma de Barcelona que me recibió en su programa “Máster Internacional en Animación Audiovisual”, y ahí empecé mis aventuras como estudiante en la Madre Patria.

Aún recuerdo lo maravillada que me sentí al recorrer por vez primera el Passeig de Gràcia y admirar la arquitectura de Gaudí en la Pedrera y en la casa Batlló, ver el trencadís (ese decorado hecho con fragmentos de mosaicos) en diferentes esquinas de la ciudad pero principalmente en el Parc Güell, donde también me encontré con el “drac” ese dragón multicolor que te recibe a la entrada del parque y que es en sí mismo un gran ejemplo del uso del trencadís como técnica de diseño.

Ciertamente había cosas muy diferentes entre las escuelas en México y las escuelas en Barcelona, recuerdo que me sorprendí de que vendían cerveza en la cafetería, cuando aquí obviamente eso jamás lo veremos, recuerdo también que me la pasaba en la escuela unas 10 horas al día (2 para comer y 8 para clases y trabajo), recuerdo las cenas en Santa Amèlia (así se llamaba la calle donde estaba el depa en el que vivíamos María y yo), tantas veces que me pidieron hacerles comida mexicana y yo manos a la obra me ponía a hacerles mole, picadillo, frijolitos y tortillas de maíz.

Los sábados eran el día para hacer el mandado porque los domingos a la usanza más antigua, Barcelona dormía, las tiendas cerraban y era difícil encontrar algún sitio para comprar comestibles, porque no, allá no hay un Oxxo en cada esquina.

Sin duda fue un año memorable, conocí mucho, llené mis ojos y mi memoria de historias, arquitectura, paisajes, y si pudiera volver allá lo haría de mil amores, pero ahora acompañada por el amor de mi vida.

¿Quieres seguir de viaje conmigo? Te espero en la próxima columna.

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