Dora González

Alquimia del Amor en la Nueva Ciencia: La maternidad silenciada de Marie-Anne Lavoisier

Mi nombre es Dora González y mis estudiantes cariñosamente me han puesto algunos apodos muy ingeniosos. Mis dos favoritos son: “Mathacker” (cuando dijeron que nuestras clases de matemáticas deberían llamarse “Matemáti-hacks” en lugar de su nombre clásico, porque siempre les instaba a encontrar el “hack” matemático que facilita sus vidas), y DoraGon (como dragón en japonés, pero no por mi carácter reptiliano escupe-fuego, claro que no, es solamente por poner juntos mi nombre y las primeras tres letras de mi apellido paterno).

Hace algunos meses, recibí una cordial invitación a participar en este espacio contribuyendo con un poco de conocimiento por escrito y respondí: “¡me has dado en el clavo, porque amo escribir!”. Diversas circunstancias no tan divertidas como para mencionarlas de una por una, me impidieron iniciar inmediatamente, así que tuve que esperar y como dicen: “año nuevo, hábitos nuevos”; entonces aquí estoy, escribiendo mi primera entrega para este honorable espacio en el que espero realmente aportar algo útil a la humanidad.

Este mes es mi cumpleaños. Inicio cada año siempre estrenando edad. Otra persona que, cuando estaba viva, tenía la misma costumbre que yo, es una de mis personas favoritas en la historia de la humanidad. Tengo una buena gama de personas favoritas, pero sólo una persona es mi más favorita por sobre todas las demás. Cuando llegue el momento, te contaré quién es esa persona. Por ahora, aprovechando que esta es mi primera ocasión, que estamos iniciando el año, que soy científica y que la persona de la que te hablaré cumplía años casi el mismo día que yo… ¡Muchas motivaciones poderosas! … Te platicaré un poquito sobre una jovencita enamorada en la época de la alquimia.

Tal como suele suceder con muchas de las buenas historias, en los anales de la historia científica, la figura de Antoine Lavoisier destaca como el padre de la química moderna. Sin embargo, igual como sucede en muchas de las buenas historias de la humanidad, si hay un papá, debe haber también una mamá y junto al genio científico reconocido se encuentra una musa silenciosa y poderosa, una mujer tan genial como su esposo o tal vez más, pero que pasó desapercibida por una sociedad enfocada en las figuras masculinas.

Marie-Anne Pierrette Paulze, quien por sí misma eligió cambiar su nombre a Marie-Anne Lavoisier, es la mujer que no solo compartió la vida con el padre de la química moderna, sino que también desempeñó un papel crucial en el nacimiento y la consolidación de la química como una ciencia formal, por eso se la considera su madre (no de usted, a ti te tuteo, me refiero a que se la considera la madre de la química moderna). Antoine y Marie no tuvieron hijos de carne y hueso, pero ¡tremenda hija dieron a luz! Sin la química moderna, no seríamos quienes somos ahora, ni tendríamos lo que tenemos en estos tiempos.

En la Francia del siglo XVIII, el matrimonio entre Antoine Lavoisier y Marie-Anne Paulze no solo unió a dos individuos destinados a estar juntos, sino que también fusionó dos mentes brillantes destinadas a cambiar la faz de la ciencia. La historia de Marie-Anne es, en muchos sentidos, la historia de una mujer cuya inteligencia, dedicación y amor trascendieron las barreras de género y contribuyeron significativamente al avance de la química. Ella se enamoró tan profundamente de su esposo, que aún cuando tuvo que volver a casarse después de quedar viuda por causa de la Revolución francesa, ella no quiso cambiar su apellido y conservó el de su único y verdadero amor. A sus 14 años de edad, adquirió su identidad como Marie-Anne Lavoisier y así murió.

En una época en la que las mujeres tenían un acceso limitado a la educación formal, Marie- Anne demostró ser una excepción notable. Aunque inicialmente estaba destinada a las artes, su encuentro con Lavoisier la llevó a un mundo de experimentación y descubrimiento. En lugar de ser relegada al papel de observadora pasiva, se convirtió en la mano derecha de su esposo, colaborando estrechamente en sus experimentos y contribuyendo al diseño y construcción de instrumentos científicos.

Mientras Antoine inventaba el instrumental de laboratorio necesario para sus experimentos locos y novedosos, Marie lo observaba con detenimiento, lo acechaba con un amor y una sagacidad tan profunda, que lograba reproducir con extraordinaria precisión cada instrumento inventado por su esposo, ya sea en esculturas, dibujos, pinturas o repujados.

Gracias a ella, muchos de los instrumentos de laboratorio que tenemos hoy en día lograron ser reproducidos, pues tras el asesinato de su esposo por los revolucionarios franceses, su laboratorio fue destruido y trágicamente reducido a añicos. El laboratorio de los Lavoisier se convirtió en el epicentro de la revolución química. Marie-Anne, con su aguda mente y destreza experimental, contribuyó a la identificación y clasificación precisa de elementos.

Su habilidad para registrar meticulosamente los experimentos y mantener registros detallados en bitácoras científicas, allanó el camino para la futura comprensión de las reacciones químicas y la ley de conservación de la masa. Ese maravilloso lugar que fue el hogar de este amor, la placenta de gestación de una de las ciencias básicas que representa un pilar inquebrantable de la vida humana quedó hecho polvo, cenizas, dióxido de carbono y vapor de agua tras la revolución.  Irónicamente, fue el matrimonio Lavoisier quien estableció en este lugar la teoría de la combustión, derrocando al flogisto y al calórico, luego esa misma reacción química se encargó de arrasar con su propia cuna.

Volvamos a nuestra protagonista. Uno de los logros más notables de Marie-Anne fue su papel en la publicación de “Elementos de Química”, la obra maestra de Antoine Lavoisier. Aunque históricamente su nombre ha estado a la sombra del de su esposo, las cartas y documentos sugieren que ella no sólo desempeñó un papel de apoyo logístico, sino que también contribuyó de manera significativa al contenido científico del libro. Su habilidad para traducir la complejidad científica a un lenguaje más accesible no solo facilitó la comprensión de la obra, sino que también la convirtió en una herramienta educativa crucial para las generaciones futuras.

Ella era la intérprete de su esposo, como suelen serlo las mamás en todas las familias. Traducía a diferentes idiomas los hallazgos de su esposo y le hacía traducciones mientras él investigaba, para que lograra descifrar conocimientos y aplicarlos en sus proyectos. Es decir, traducía en ambas vías: de la gente hacia su esposo y de su esposo hacia la gente, ya que comprendía muy bien el latín, inglés, italiano y obviamente, francés.

Pero quizás el mayor logro de Marie-Anne Lavoisier fue su capacidad para superar las barreras sociales y de género de su época. No solo fue una científica destacada, sino que también desafió las expectativas al participar activamente en la comunidad científica de la época. Su salón en París se convirtió en un punto de encuentro para intelectuales y científicos, rompiendo con la noción tradicional de que las mujeres no pertenecían al mundo de la ciencia. A muy temprana edad, apoyada por su padre, aprendió a evadir las imposiciones sociales. Lo digo, porque llegada a los 14 años de edad, ya tenía varios candidatos al matrimonio que estaban tras sus huesitos, como solemos decir comúnmente en nuestro México.

El principal de sus pretendientes era el mismísimo conde de Amerval, un varón renombrado y billetudo que le triplicaba la edad. Ella se oponía rotundamente a ese destino, en sus propias palabras lo calificó de “un tonto, un insensible rústico y un ogro”. Ni modo: las mujeres inteligentes buscamos hombres más inteligentes que nosotras, de otra manera nos aburrimos horrores y no nos sentimos valoradas. Su padre, quien era amigo del padre de Antoine, hizo los arreglos para presentar al joven de 28 años (bueno, al menos él no le triplicaba la edad, sólo la duplicaba) y a su propia hija. Ella quedó inevitablemente flechada con la mente brillante y el carisma de “Toñito”, como le diríamos nosotros de cariño.

El resto de la historia de amor no puede contarse en este espacio, hace falta una novela completa (pero ya te dejé unos buenos detalles). Marie-Anne Lavoisier demostró que la ciencia y el amor no son entidades separadas. Su apoyo constante a su esposo, tanto en el laboratorio como en la vida cotidiana, ejemplifica cómo la colaboración y la comprensión mutua pueden llevar a avances significativos.

En muchos sentidos, el matrimonio Lavoisier personifica la idea de que el trabajo científico es un esfuerzo conjunto, una sinfonía donde cada instrumento, independientemente de su tamaño y tono, contribuye al resultado final. Además, es una prueba fehaciente de que la ciencia y el arte no deberían separarse, así como Marie era una artista y Antoine un científico, juntos hicieron “un amalgama perfecta entre experiencia y juventud”, como dice la canción popular de un cantautor mexicano y llevaron esta fusión de sus átomos a la máxima expresión de genialidad científico- artística, al grado que ni aún el matrimonio de los Curie pudo llegar (aunque esa otra Marie sea más famosa que Marie-Ann y haya recibido dos premios Nobel… cuando Marie Lavoisier vivía, los premios Nobel no existían… me pregunto: ¿cuántos habría podido ganar esta chamaca?).

Aunque la historia a menudo ha pasado por alto el papel de Marie-Anne Lavoisier, su legado perdura en cada tabla periódica y en cada estudiante de química que aprende sobre la revolución científica del siglo XVIII (pero por favor, por el amor de los Lavoisier, ¡no te esfuerces en memorizar la tabla periódica, ni obligues a tus estudiantes a hacerlo!).

Dicen que “detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer”, pero a mí no me gusta esa frase; Marie- Anne demuestra que “hombro con hombro con cada gran hombre, suele haber una magnífica mujer, tan geniales y grandes ambas mentes y corazones al par”. En este caso, detrás de la química moderna, está la mano, la mente y la maternidad de Marie-Anne Lavoisier, la madre de la química como la conocemos. ¡Qué gusto le debe dar ver desde el mundo etéreo cuán grande, famosa e indispensable se ha vuelto su hija!

En conclusión, la contribución de Marie-Anne Lavoisier a la química y al amor verdadero no deben ser subestimadas ni olvidadas. Su inteligencia, dedicación y amor por la ciencia y por su esposo sirvieron como catalizadores para la revolución que transformó la alquimia en una disciplina científica respetada. Como sociedad, debemos reconocer y celebrar a estas mujeres que, a pesar de las limitaciones impuestas por su tiempo, desafiaron las expectativas y allanaron el camino para las generaciones futuras.

Mi objetivo es, cada mes traerte una de estas historias y contribuir a que nuestras madres, hermanas, hijas, tías, abuelas, vecinas, primas y niñas científicas-ingenieros-guerreras en general, sepan que no son una especie rara en peligro de extinción, sólo somos una especie extraordinaria en peligro de “ignoración” (ya sé que esa palabra es incorrecta, pero la quise obligar a rimar).

Oh, perdón… por poco olvido decirte qué día es el cumpleaños de Marie-Anne: es el 20 de enero. El mío, es dos días antes (nada más para no dejarte con la curiosidad). ¡Hasta la próxima súper-heroína de la humanidad!

Contáctame en: doragon@xix.mx

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