POR TANIA CAMPOS CANSECO

Regresando de Barcelona, ya con mi maestría en animación a cuestas, y después de haber pasado por primera vez la Navidad lejos de casa, empezó la búsqueda de trabajo nuevamente. Debo confesar que no fue nada sencillo, habían pasado ya ocho meses y yo no había recibido ni una sola propuesta, es más, ni una sola llamada para concertar una entrevista laboral, así que me dedicaba a andar con mis papás (mientras ellos no estaban trabajando).

Un día mientras asistía con ellos a una conferencia de biología y medicina impartida por Jeanne Charette, científica franco canadiense, su conferencia era en inglés y había un médico el doctor Marroquín que estaba traduciendo, ya que no todos los presentes entendían el idioma extranjero. De pronto, yo percibí que el doctor Marroquín se estaba empezando a cansar, así que comencé a “soplarle” la traducción. Un tiempo más adelante Jeanne desde el escenario volteó a verme y me dijo: ¿puedes tú continuar con la traducción? A lo que le respondí: “nombre espérate yo no sé, yo no sé traducir” y me dijo: pero cómo que no sabes traducir pues si ya tienes rato que lo estás haciendo, por favor, tú continúa. Le dije bueno está bien y así empecé a trabajar con ella

Esta mujer tenía como meta en su vida, abrir varios dispensarios médicos en la zona maya de la Península de Yucatán. Así fue como comenzaron las misiones médicas, Jeanne junto con un grupo de médicos de distintas especialidades, enfermeras, dentistas y otros voluntarios, nos internábamos a los pueblitos a dónde ella nos llevara. La cosa era así, nos trepábamos a veces de madrugada en un camión, generalmente íbamos como unas 30 personas, y en el camino íbamos durmiendo, platicando, desayunando y con muchas ganas de ver cómo podríamos ayudar a la gente.

Recuerdo una misión a Chikindzonot, un pueblito de Yucatán alejado de las grandes ciudades y metido en la selva, nos topamos con una comunidad bastante aislada y su gente necesitaba atención médica para cosas tan simples como una diarrea o tan complicadas como lepra o ictiosis. Fue realmente impresionante ver personas con enfermedades que yo ni sabía que existían y que algunos de los médicos que nos acompañaban, solo habían visto en los libros de texto. También había mucha necesidad de higiene dental, así que los dentistas se “dieron vuelo” sacando dientes podridos a diestra y siniestra. Esa primera vez que fuimos a Chikindzonot, los dentistas salieron con una bolsa como de un kilo de dientes en mal estado.

El viaje en sí fue pesado, pues el pueblo se encuentra a unas tres o cuatro horas de Cancún que es donde yo vivía en aquella época, pero lo más sorprendente era que a pesar del cansancio, de la desmañanada, de la enfermedad que habíamos visto, la gente se mostraba realmente agradecida por nuestra presencia ahí, porque podíamos ayudarles a aliviar un dolor o alguna enfermedad que se había hecho crónica por falta de asistencia médica.

Las más de 30 personas que fuimos a esa misión habíamos ayudado a repartir no solo salud, sino también alimentos, agua purificada, sonrisas  y sobre todo, a demostrarle a la gente que sí existen, que podíamos mirarlos, que nos hacíamos conscientes de su existencia.

Definitivamente aquellas épocas de misiones médicas a las que yo iba como intérprete del español al inglés, y a veces auxiliar de farmacia, me hicieron darme cuenta de que la labor de ayudar al prójimo es una de las cosas más bonitas que podemos hacer con nuestra vida. En ese camión a la vuelta de Chikindzonot, se sentía un espíritu de armonía, de cooperación, de solidaridad, donde nadie era más que nadie, porque a pesar de que el médico era el que estaba diagnosticando al paciente, el de la farmacia era el que le estaba dando el medicamento, y las señoras que nos habían acompañado que no eran médicos ni farmacéuticos los recibían con una torta, con un jugo o con una botella de agua para ayudarlos a que se sintieran por un momento no solo escuchados y apapachados, sino también atendidos en sus necesidades físicas.

Creo que ese fue una de las cosas más valiosas que aprendí o que más satisfacción me dio durante esos meses que estuvimos haciendo los viajes a las a las zonas apartadas de la Península de Yucatán, que siempre, y parece mentira porque nos lo dicen muchas veces, pero siempre hay muchísima más satisfacción en dar que en recibir, porque nosotros le damos a la gente nuestro tiempo, nuestra atención y yo traducía, por ejemplo la gente hablaba maya yo no hablo maya, pero había una persona que hablaba maya y español, entonces esa persona traducía lo del paciente del maya al español y yo lo traducía del español al inglés, entonces era una cooperación impresionante e internacional porque también venían médicos de Canadá para acompañar a la misión, y a cada regreso, aunque veníamos totalmente cansados, fatigados, muchas veces sin comer nosotros, sin dormir nosotros, y sin embargo, se seguía respirando un ambiente como de esta autorrealización de la que habla Maslow en su escala de necesidades, ¿no? Porque sabías que habías cumplido con tu misión al menos por ese día, y que habías podido dar un poquito de ti a los demás.

Creo que estos viajes fueron de las cosas más importantes que pude disfrutar mientras estuve trabajando con Jeanne Charette, en la Fondation Quebecoise Pour L’enfance y sin duda, si tuviera la oportunidad de volver a hacerlo, lo haría.

Espero que este viaje a la selva yucateca lleno de médicos, dentistas y enfermedades que pueden dar un poquito de miedo les haya servido, como a mí, para darnos cuenta de que siempre es muchísimo más importante lo que podemos dar por los demás que lo que podamos recibir de ellos, aprovechemos para agradecer lo afortunados que somos y yo te espero aquí en la próxima columna.

1 comentario
  1. Luz María
    Luz María Dice:

    Interesante la aventura profesional, sin duda, podemos escribir una obra entre las aventuras a las que nos enfrentamos los profesionistas recien efgresados, enhorabuena Tania, gracias por compartir

    Responder

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